Nos tenemos que quedar en casa ¿Y ahora qué hacemos? por Ricardo Sotillo, psicólogo
Por Escuela de Pacientes - 3:16
Llegó la epidemia a España, nos
bombardean con noticias sobre el coronavirus, cada día nos ofrecen datos sobre
el número de infectados y nos tenemos que quedar en casa ¡Sin hacer nada!
Lo cierto es que no es sin hacer
nada, quedarnos en casa es hacer mucho para paliar el contagio y frenar la
pandemia; se trata de un aislamiento
preventivo del que llevamos ya unos días encerrados en casa y es una
situación que nadie esperaba. Es verdad que hay muchas personas a las que su
rutina es la de estar encerrados durante periodos de tiempo en un espacio, ya
sea por trabajo (marinos, plataformas, etc.), movilidad y barreras (mayores,
discapacidad, etc.) o institucionalizados (prisiones, clausura, etc.). Estas
experiencias nos pueden ayudar a normalizar nuestra vida dentro de esta
situación excepcional de confinamiento.
Todo esto supone un cambio que precisa de una adaptación en forma de
experiencia subjetiva y al mismo tiempo colectiva. Las nuevas rutinas, la
convivencia más enclaustrada, el aislamiento con algunos seres queridos, entre
otras, se traduce en una respuesta psicológica que trataremos de ir descifrando
a lo largo del presente artículo.
Lo primero, conocer nuestras emociones. Ante esta situación que se nos plantea es habitual
que se produzca cierto malestar psicológico. Dicho malestar suele aparecer en
forma de Ansiedad. Tenemos que decir
que es en líneas generales una respuesta normal, incluso nos ayuda a mantenernos alerta y nos permite pensar y tomar
decisiones de forma más rápida, y en el plano fisiológico activa nuestra
musculatura para la acción. Esto se genera por un cambio brusco en nuestra
vida, que percibimos negativamente, nos provoca a nivel cognitivo pensamientos recurrentes,
tenemos una mayor necesidad de información sobre lo que está pasando fuera.
Acabamos creyendo que tales preocupaciones nos ayudan realmente, cuando lo que
ocurre es que en realidad estamos alimentando nuestra ansiedad. Por tanto,
cuando esto aumenta pasamos a un nivel de malestar que se expresa como angustia, ansiedad u obsesiones,
más allá de las preocupaciones, que nos dificultan para normalizar nuestra
vida.
Así, desde una perspectiva cognitiva, la respuesta de ansiedad se genera por la
percepción de las cosas, de las situaciones, más que por las cosas en sí
mismas. Si percibimos una situación como amenazante, la sentiremos así y
consecuentemente nuestra conducta será de temor y ansiedad.
Desde el punto de vista psicofisiológico, la respuesta de
ansiedad comparte elementos genéticos, es decir, que los tenemos
predeterminados en los genes y eso hará que, ante situaciones desencadenantes,
algunas personas sufran de ansiedad. Todo ello se traduciría en una disfunción
del sistema serotoninérgico, del GABA (ácido gamma-amino-butírico, receptores
de las benzodiazepinas, fundamentalmente en la amígdala) o una hiperactividad
noradrenérgica que hace que el sistema nervioso se dispare literalmente de
forma incontrolada ante determinados estímulos, provocando una crisis de
angustia.
Desde una perspectiva conductual las alteraciones más
frecuentes se sitúan en trastornos del sueño, ya sea para conciliarlo o por
interrupción, trastornos de la ingesta, y por último relacionales,
irritabilidad: perdemos esa capacidad de tolerancia ante el conflicto con otras
personas, baja nuestro umbral de
frustración y nos anticipamos a respuestas negativas o intencionadas de
nuestro interlocutor (atribuciones causales. p.ej. “Lo ha hecho porque sabe que
me molesta”).
Es importante señalar que se trata de
una experiencia subjetiva de cada individuo, que en este caso se puede ver condicionada
por la influencia de las experiencias de los demás, llegando en caso extremo al
pánico colectivo “como todo el mundo sale
corriendo, debe ser por algo malo, de modo que yo corro también para ponerme a
salvo”
¿Cómo podemos reducir esta respuesta y hacerla adaptativa?
En primer lugar, vamos a ir aclarando
términos y quizás esto nos ayude a comprender y superar esta situación excepcional
en nuestras vidas.
Confinamiento no debe significar aislamiento. El hecho de estar encerrados en casa
no nos aísla del mundo. Ahora, por prevención estamos sin poder salir para
realizar actividades de ocio, aunque sí para actividades justificadas, como
adquirir productos de primera necesidad, acudir al trabajo en algunas
circunstancias o ser atendidos si fuese preciso. Además, le añadimos las
tecnologías de la información e Internet que nos permiten una comunicación a
tiempo real como el teletrabajo, las videoconferencias, el acceso a la
información y en definitiva permanecer
activos socialmente mediante las redes sociales.
Tampoco significa que tengamos que permanecer inactivos. Del mismo modo que preparamos un
plan de tareas a los pequeños en los meses de verano, debemos establecer un
programa más o menos explícito para todos los miembros de la casa con unos
horarios que nos permitan seguir esa rutina
diaria como guía de trabajo, organización de las actividades domésticas,
tareas académicas, compromisos profesionales; todo esto continúa y la mayoría
de estas tareas se pueden hacer en casa. También debe incluir el tiempo de
ocio, de videojuegos o de televisión. En la medida de lo posible es
recomendable disponer de un espacio privado para realizar ciertas tareas, como
es el teletrabajo, las académicas o simplemente para desconectar.
Y lo mejor de todo, es una situación temporal. Ha tenido un comienzo y tendrá un
final pasados unos días, unas semanas quizás, una vez superada la crisis. Es algo transitorio, por consiguiente,
tomemos el presente y dispongamos de ese tiempo porque al anticiparnos al
futuro lo único que vamos a lograr es desesperarnos contando las horas que
llegan o en el mejor de los casos permanecer inactivos a expensas de todo
aquello que proyectemos cuando pase la crisis.
Por último, hablaremos de la parte
positiva de esta experiencia.
¿Pero es que esto tiene un lado positivo?
Esta es una situación de dificultad
en la que nos hemos visto afectados de forma súbita, casi sin tiempo para
adaptarnos. Esta situación excepcional en nuestras vidas, ha permitido que
tomemos mayor conciencia de apego a los seres queridos, más valor a la vida y una mayor
fortaleza personal ante las dificultades, no sólo por la dimensión
sanitaria sino por la social y económica, que también influye en nuestras
vidas. Es como una sacudida liberadora
de nuestros prejuicios y valores a modo de una especie de “reseteo”, que nos
pone a cero para comenzar de nuevo con más ganas.
Este fenómeno va más allá del
concepto “Resiliencia” es lo que
denominaron Richard Tedeshi y Calhoun Lawrence (Universidad Carolina del Norte)
en los 90 “Crecimiento Postraumático”, porque
es el resultado de una experiencia más que una capacidad; es la forma de
afrontar una nueva etapa en nuestras vidas cuando todo esto haya pasado.
Y para favorecer este crecimiento
debemos ver el confinamiento como una adversidad a superar, normalizando
nuestra vida en ella. Es importante contar con nuestra red de apoyo social,
tener suficiente autoconfianza y
sensación de control en lo que
hacemos, de hecho, quedarse en casa, lavarse las manos con frecuencia y
mantener la distancia física, no es no hacer nada, es hacer y mucho.
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