lunes, 23 de marzo de 2020

Nos tenemos que quedar en casa ¿Y ahora qué hacemos? por Ricardo Sotillo, psicólogo


Llegó la epidemia a España, nos bombardean con noticias sobre el coronavirus, cada día nos ofrecen datos sobre el número de infectados y nos tenemos que quedar en casa ¡Sin hacer nada!



Lo cierto es que no es sin hacer nada, quedarnos en casa es hacer mucho para paliar el contagio y frenar la pandemia; se trata de un aislamiento preventivo del que llevamos ya unos días encerrados en casa y es una situación que nadie esperaba. Es verdad que hay muchas personas a las que su rutina es la de estar encerrados durante periodos de tiempo en un espacio, ya sea por trabajo (marinos, plataformas, etc.), movilidad y barreras (mayores, discapacidad, etc.) o institucionalizados (prisiones, clausura, etc.). Estas experiencias nos pueden ayudar a normalizar nuestra vida dentro de esta situación excepcional de confinamiento.


Todo esto supone un cambio que precisa de una adaptación en forma de experiencia subjetiva y al mismo tiempo colectiva. Las nuevas rutinas, la convivencia más enclaustrada, el aislamiento con algunos seres queridos, entre otras, se traduce en una respuesta psicológica que trataremos de ir descifrando a lo largo del presente artículo.



Lo primero, conocer nuestras emociones. Ante esta situación que se nos plantea es habitual que se produzca cierto malestar psicológico. Dicho malestar suele aparecer en forma de Ansiedad. Tenemos que decir que es en líneas generales una respuesta normal, incluso nos ayuda a mantenernos alerta y nos permite pensar y tomar decisiones de forma más rápida, y en el plano fisiológico activa nuestra musculatura para la acción. Esto se genera por un cambio brusco en nuestra vida, que percibimos negativamente, nos provoca a nivel cognitivo pensamientos recurrentes, tenemos una mayor necesidad de información sobre lo que está pasando fuera. Acabamos creyendo que tales preocupaciones nos ayudan realmente, cuando lo que ocurre es que en realidad estamos alimentando nuestra ansiedad. Por tanto, cuando esto aumenta pasamos a un nivel de malestar que se expresa como angustia, ansiedad u obsesiones, más allá de las preocupaciones, que nos dificultan para normalizar nuestra vida.


Así, desde una perspectiva cognitiva, la respuesta de ansiedad se genera por la percepción de las cosas, de las situaciones, más que por las cosas en sí mismas. Si percibimos una situación como amenazante, la sentiremos así y consecuentemente nuestra conducta será de temor y ansiedad.


Desde el punto de vista psicofisiológico, la respuesta de ansiedad comparte elementos genéticos, es decir, que los tenemos predeterminados en los genes y eso hará que, ante situaciones desencadenantes, algunas personas sufran de ansiedad. Todo ello se traduciría en una disfunción del sistema serotoninérgico, del GABA (ácido gamma-amino-butírico, receptores de las benzodiazepinas, fundamentalmente en la amígdala) o una hiperactividad noradrenérgica que hace que el sistema nervioso se dispare literalmente de forma incontrolada ante determinados estímulos, provocando una crisis de angustia.


Desde una perspectiva conductual las alteraciones más frecuentes se sitúan en trastornos del sueño, ya sea para conciliarlo o por interrupción, trastornos de la ingesta, y por último relacionales, irritabilidad: perdemos esa capacidad de tolerancia ante el conflicto con otras personas, baja nuestro umbral de frustración y nos anticipamos a respuestas negativas o intencionadas de nuestro interlocutor (atribuciones causales. p.ej. “Lo ha hecho porque sabe que me molesta”).


Es importante señalar que se trata de una experiencia subjetiva de cada individuo, que en este caso se puede ver condicionada por la influencia de las experiencias de los demás, llegando en caso extremo al pánico colectivo “como todo el mundo sale corriendo, debe ser por algo malo, de modo que yo corro también para ponerme a salvo”




¿Cómo podemos reducir esta respuesta y hacerla adaptativa?

En primer lugar, vamos a ir aclarando términos y quizás esto nos ayude a comprender y superar esta situación excepcional en nuestras vidas.



Confinamiento no debe significar aislamiento. El hecho de estar encerrados en casa no nos aísla del mundo. Ahora, por prevención estamos sin poder salir para realizar actividades de ocio, aunque sí para actividades justificadas, como adquirir productos de primera necesidad, acudir al trabajo en algunas circunstancias o ser atendidos si fuese preciso. Además, le añadimos las tecnologías de la información e Internet que nos permiten una comunicación a tiempo real como el teletrabajo, las videoconferencias, el acceso a la información y en definitiva permanecer activos socialmente mediante las redes sociales.



Tampoco significa que tengamos que permanecer inactivos. Del mismo modo que preparamos un plan de tareas a los pequeños en los meses de verano, debemos establecer un programa más o menos explícito para todos los miembros de la casa con unos horarios que nos permitan seguir esa rutina diaria como guía de trabajo, organización de las actividades domésticas, tareas académicas, compromisos profesionales; todo esto continúa y la mayoría de estas tareas se pueden hacer en casa. También debe incluir el tiempo de ocio, de videojuegos o de televisión. En la medida de lo posible es recomendable disponer de un espacio privado para realizar ciertas tareas, como es el teletrabajo, las académicas o simplemente para desconectar.



Y lo mejor de todo, es una situación temporal. Ha tenido un comienzo y tendrá un final pasados unos días, unas semanas quizás, una vez superada la crisis. Es algo transitorio, por consiguiente, tomemos el presente y dispongamos de ese tiempo porque al anticiparnos al futuro lo único que vamos a lograr es desesperarnos contando las horas que llegan o en el mejor de los casos permanecer inactivos a expensas de todo aquello que proyectemos cuando pase la crisis.


 Por último, hablaremos de la parte positiva de esta experiencia.
 
¿Pero es que esto tiene un lado positivo?

Esta es una situación de dificultad en la que nos hemos visto afectados de forma súbita, casi sin tiempo para adaptarnos. Esta situación excepcional en nuestras vidas, ha permitido que tomemos mayor conciencia de apego a los seres queridos, más valor a la vida y una mayor fortaleza personal ante las dificultades, no sólo por la dimensión sanitaria sino por la social y económica, que también influye en nuestras vidas. Es como una sacudida liberadora de nuestros prejuicios y valores a modo de una especie de “reseteo”, que nos pone a cero para comenzar de nuevo con más ganas. 


Este fenómeno va más allá del concepto “Resiliencia” es lo que denominaron Richard Tedeshi y Calhoun Lawrence (Universidad Carolina del Norte) en los 90 “Crecimiento Postraumático”, porque es el resultado de una experiencia más que una capacidad; es la forma de afrontar una nueva etapa en nuestras vidas cuando todo esto haya pasado.

Y para favorecer este crecimiento debemos ver el confinamiento como una adversidad a superar, normalizando nuestra vida en ella. Es importante contar con nuestra red de apoyo social, tener suficiente autoconfianza y sensación de control en lo que hacemos, de hecho, quedarse en casa, lavarse las manos con frecuencia y mantener la distancia física, no es no hacer nada, es hacer y mucho.  


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